viernes, 18 de julio de 2008

HOPPER EN LA TATE MODERN

How beautiful things are when you're travelling.
(Qué bellas son las cosas cuando estás de viaje)

Edward Hopper

De todas las exposiciones temporales a las que he ido, si tuviese que quedarme con alguna sería la de Durero en el Prado y la de Hopper en la Tate Modern. A la primera fui con alguien con quien pude comentar los grabado
s y sus detalles durante y después de la visita; pero la de Hopper me gustó aún más, en gran parte porque fui sola, atravesando Londres en verano tras una dura semana de trabajo. Sabía que iba a ver esa exposición con un mes de antelación y por fin, el primer sábado que tuve libre salí temprano atravesando Londres hasta el edificio de la Tate Modern, aún cerrado por lo temprano de la hora.

Había estado a punto de pedir la entrada por internet pero tuve miedo de que luego al llegar estuviese tan abarrotado que ver los cuadros fuese imposible. Así que cuando me fui acercando a
la rampa lateral donde se compraba la entrada y vi que sólo había unas diez personas me alegré muchísimo, porque con eso y la música en los auriculares iba a ser como si la sala estuviese vacía y la exposición sólo fuese para mí.

Me paseé por las salas con toda la calma del mundo, parando en cada cuadro y sin tener que com
entar nada con nadie. Fue increíble. En un a vitrina en el centro de una de las salas había un cuaderno con el listado, escrito a mano por el propio Hopper. En las páginas impares había detallado las medidas y técnica de cada cuadro, con un boceto del mismo, lo que había cobrado por él y a quién se lo había vendido; en qué fecha lo terminó; la marca de la pintura con la que lo realizó. Se ve ahí lo meticuloso que era, lo limpio de sus bocetos y su letra, y a la vez la soltura con la que dibujaba.

Aún tengo el folleto de la exposición guardado por ahí y el otro día, cambiando los libros de una habitación a otra, me lo encontré, del tamaño de media postal emparedado entre dos libros mayores, y al hojearlo recordé perfectamente aquella mañana.

Hopper suele gustar mucho a la gente en general, tanto a los que saben de pintura como a los que no. Sus temas son sencillos, básicos, y su técnica muy limpia. La mayoría los encuentran optimistas, o misteriosos pero no agresivos. Si te detienes un rato ante uno de ellos acabas fabricando una historia completa en torno a la imagen. Creo que eso es lo que me gusta de su obra, y quizá también a otras personas que lo admiran: al observar un Hopper te haces preguntas y te cuentas a tí mismo el antes y el después de lo que sucede en ese momento congelado.

Al final de la exposición, proyect
aban una entrevista a Hopper y a su mujer. Me quedé a verla y me gustó tanto que la vi dos veces seguidas. Me enteré de que su mujer fue la única modelo femenina que uso jamás: todas las mujeres de los cuadros de Hopper son ella, aunque él luego adaptase el pelo, los rasgos o el vestuario al tema que quería representar.

Lo que más me gustó de la entrevista fue el contraste de la pareja. Él, serio, tímido y cortés, muy conciso en las respuestas, hasta seco; ella, jovial, risueña y tomándole el pelo con cariño al marido a lo largo de todo el interrogatorio, quitándole seried
ad al asunto y tratando que el entrevistador no se sintiese cortado por las respuestas escuetas del pintor.

En la exposición tenían el famosísimo Nighthawks, pero el cuadro que más me gustó y que para mí justificaba por sí solo la visita fue Sea Watchers, que no había visto nunca antes. No es uno de los más conocidos de Hopper y está en Washington normalmente.

(Nighthawks en cambio es su cuadro más famoso, y en la cafetería del Tate habían hecho un fotomontaje con referencias pop y parodias: los Simpson, el póster con Marilyn, Bogart y James Dean, etc. No es que no me guste este cuadro, pero he perdido la capac
idad de ser objetiva con él por la cantidad de veces que lo he visto, las referencias pop, los millones de pósters y postales que hay por todas partes, como pasa con la Mona Lisa o Los Girasoles).

En fin. Sea watchers (podríamos traducirlo como Observadores del Mar, o Los que miran el mar) es el retrato de una pareja en el porche de su casa en la playa, mirando el mar. Ambos, de mediana edad, están en bañador esperando a meterse en el agua. Hay una suave brisa y el sol está saliendo, a juzgar por las sombras sobre el muro. No tienen prisa. Quizá esperan a entrar en calor antes del baño. Juntos, pero sin hablar; tienen una rutina y se conocen bien, están cómodos. Como todos los cuadros de Hopper, Sea watchers tiene esa cualidad fotográfica de contar una historia con un solo "fotograma"; mientras lo miraba me descubrí a mí misma imaginando las vidas de los dos personajes, su pasado, cómo pasaron los años antes de llegar a esa tranquilidad ante el mar, al ritual de ese baño madrugador; si Hopper se había retratado aquí con su mujer, envejeciendo juntos. Me pregunté si algún otro visitante de la exposición estaría sintiendo lo mismo ante este cuadro.

Han pasado cuatro años y de vez en cuando trato de encontrar una reproducción en póster de Sea Watchers, sin éxito. Ni siquiera hay algo a buena resolución en Google Imágenes. Quizá en la tienda del museo de Washington donde se encuentra lo tengan; en la tienda del Tate estaban algunas de las otras obras, pero no ésta. Tengo que recordarlo por si algún conocido viaja a Washington alguna vez...

Mi otro Hopper favorito es Rooms by the Sea (habitaciones junto al mar). Sobre él decía Hopper:

I just wanted to depict how a room must look like when there's nobody there to watch it.
(sólo quería representar qué aspecto debe tener una habitación cuando no hay nadie para mirarla)

Edward Hopper

Pero esto lo dejo para otro post.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya sabes que es uno de mis pintores favoritos. Y me gusta también bastante como persona. Me ha gustado mucho lo que has dicho sobre su mujer como modelo. Al fin y al cabo yo hago lo mismo una y otra vez.

Qué te parece Soroya?

Anónimo dijo...

Bleuge, Sorolla me gusta tanto o más. Hubo una época en la que me conocían los vigilantes de su museo en Madrid, donde llevaba a cada incauto que me hacía una visita en la capital, ¿lo conoces? Es mi museo madrileño favorito, más que el Prado o el Thyssen.
Sorolla está, en técnica (para mí) por encima de Hopper, y si los españoles fuesemos más listos, Don Joaquín sería mucho más conocido que él. Saludos.